Aquellas que te conocen profundamente, las que saben qué
dice tu mirada. Las que esperan una respuesta ante una circunstancia, aunque
probablemente ya saben lo que vas a decir o, por el contrario, sueltan la
carcajada alegre y sorpresiva ante una nueva expresión inesperada.
Amigas, aquellas a las que puedes abrir tu alma, no
importando si te juzgan o no, porque sabes que estás a buen resguardo. Aquellas
que te apoyan en el sentido que esperas o te halan las orejas si lo consideran
necesario.
Amigas, aquellas con las que te identificas en muchos
aspectos, las admiras en otros y no las soportas en otros tantos, pero a las
“que compraste con el equipo completo”.
Amigas, aquellas con las que puedes pasar largos momentos en
silencio sin que importe para nada. O con las que conversas largamente en
entretenida charla, ya sea de forma serena o interrumpiéndose la una a la otra.
Amigas con las que compartiste y compartes las incidencias
de la vida: los amores, los estudios, las vacaciones, las salidas, el teatro,
la música, los proyectos, las luchas y alegrías de la vida…
Aquellas que te invitaron a sus matrimonios y
viviste la historia, o parte de ella, de la vida de sus hijos: nacimientos,
primeros años, colegios, universidades, matrimonios, despedidas y llegadas.
Amigas, las que te acogieron en la casa de sus padres a los
que aprendiste a querer y admirar como ellas lo hicieron con los tuyos; y luego,
te recibieron en las sus propias casas, pasando a ser una extensión de tu hogar.
Amigas, aquellas que se han ido incorporando a lo largo de tu
vida desde niña hasta ahora, que componen parte importante del mosaico de tu existencia.
Amigas, aquellas a quienes ves en retrato y se te llena la
mente de recuerdos y el corazón de alegrías y nostalgias…
Amigas… Esas que hoy te leen en la distancia y saben,
exactamente de lo que estás hablando.
Caracas, 22 de junio de 2018
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